En una esquinita de un planeta, de esos muy... muy... lejanos al nuestro, ... un día ... descubrí el país de las formas geométricas. Este país tenía tres ciudades: la ciudad de los cuadrados, la ciudad de los círculos y la ciudad de los triángulos.
Los habitantes de la ciudad de los cuadrados vivían en cajas de todo tipo de materiales. Todo en este país era cuadrado por lo que sus casas también eran cuadradas. Las familias de cuadrados más ricas tenían cajas de madera o metal, y aquellas más pobres vivían en frágiles cajas de cartón. Todos los habitantes de la ciudad eran cuadrados, algunos ... los abuelos y padres ... eran grandes cuadrados, y otros ... los niños y enanitos ... eran pequeñitos, pequeñitos. Había cuadrados amarillos, negros, blancos, verdes y de todos los colores que te puedas imaginar. Los grandes padres cuadrados iban con sus pequeños hijos cuadraditos en coches cuadrados. ¡Incluso las ruedas eran cuadradas!
Pero los cuadrados de esta ciudad muchas veces se quejaban de que sus vecinos de la ciudad de los círculos eran más bellos. Los cuadrados tenían envidia de cómo caminaban los círculos. Y es que los círculos rodaban y rodaban tranquilamente por las calles, y podían ir muy rápido, porque no tenían esquinas que les frenaran como tenían los cuadrados. Además los círculos tenían unas casas preciosas. Algunos vivían en grandes pelotas de colores, con las que podían viajar por su ciudad, y otros, los que tenían más dinero, habían comprado enormes globos, también de muchos de colores, en los que tenían su casa y con los que recorrían los cielos de toda la ciudad.
Pero los círculos no estaban tan contentos de la forma que tenían sus cuerpos. Cuando se miraban a los espejos de sus casas-globo o sus casas-pelota, deseaban no ser tan redondos. Se veían gordos e hinchados y, por el contrario, envidiaban a los habitantes de la ciudad de los triángulos. Para los círculos, los triángulos eran esbeltos y bellos, con un gran pico en su parte superior que les daba una altura que a los círculos les asombraba. Los círculos estaban cansados de ser iguales por todas sus partes... sin embargo, ... !que bellos eran los triángulos!, que tenían dos lados iguales y largos y otro cortito, cortito, en el que se apoyaban. Sin duda, para los círculos... ¡los triángulos tenían un cuerpazo digno de envidiar!.
Pero ... ¿qué pasaba con los triángulos? Ellos vivían en altas pirámides desde donde podían observar todo el país. Veían a sus vecinos los círculos rodando por las calles de su ciudad, y a los cuadrados en su ciudad llena de cajas y cajas. Los triángulos estaban contentos con las casas que tenían, con su ciudad, con su alto pico que tenían en la cabeza... pero hasta ellos envidiaban algo... envidiaban los cuatro lados que tenían los cuadrados y que ellos no tenían. Los triángulos tenían sólo tres lados y, además, ni siquiera eran iguales, dos de ellos largos, pero uno era muy pequeñito y deforme. Sin embargo, ¡los cuadrados eran tan perfectos! Sus vecinos tenían cuatro lados exactamente iguales, ninguno más largo que otro, y todos igual de bellos.
!El país de las formas geométricas era un caos! Los cuadrados querían ser como los círculos, los círculos como los triángulos y los triángulos envidiaban a los cuadrados.
Un buen día, el dios de todas las formas geométricas, el que las había creado y diseñado, el dios Lápiz, decidió que era hora de unir las tres ciudades y que los cuadrados, círculos y triángulos vivieran juntos y en unión.
Los primeros meses fueron complicados. Los triángulos pinchaban los globos de los círculos, los cuadrados se quejaban de que los círculos iban muy rápido por las calles, y muchísimos problemas más. Pero pasó el tiempo... y se acostumbraron a vivir juntos. Al cabo de los años se formaron parejas de cuadrados y círculos, de triángulos y cuadrados, de círculos y triángulos... y de dicha unión nacieron las más bellas formas geométricas jamás pensadas. Nacieron rectángulos, rombos, hexágonos, ... y todas las formas geométricas que te puedas imaginar. Eran todos tan distintos que ninguno de ellos volvió a pensar en las diferencias que tenía con los otros.
Los habitantes de la ciudad de los cuadrados vivían en cajas de todo tipo de materiales. Todo en este país era cuadrado por lo que sus casas también eran cuadradas. Las familias de cuadrados más ricas tenían cajas de madera o metal, y aquellas más pobres vivían en frágiles cajas de cartón. Todos los habitantes de la ciudad eran cuadrados, algunos ... los abuelos y padres ... eran grandes cuadrados, y otros ... los niños y enanitos ... eran pequeñitos, pequeñitos. Había cuadrados amarillos, negros, blancos, verdes y de todos los colores que te puedas imaginar. Los grandes padres cuadrados iban con sus pequeños hijos cuadraditos en coches cuadrados. ¡Incluso las ruedas eran cuadradas!
Pero los cuadrados de esta ciudad muchas veces se quejaban de que sus vecinos de la ciudad de los círculos eran más bellos. Los cuadrados tenían envidia de cómo caminaban los círculos. Y es que los círculos rodaban y rodaban tranquilamente por las calles, y podían ir muy rápido, porque no tenían esquinas que les frenaran como tenían los cuadrados. Además los círculos tenían unas casas preciosas. Algunos vivían en grandes pelotas de colores, con las que podían viajar por su ciudad, y otros, los que tenían más dinero, habían comprado enormes globos, también de muchos de colores, en los que tenían su casa y con los que recorrían los cielos de toda la ciudad.
Pero los círculos no estaban tan contentos de la forma que tenían sus cuerpos. Cuando se miraban a los espejos de sus casas-globo o sus casas-pelota, deseaban no ser tan redondos. Se veían gordos e hinchados y, por el contrario, envidiaban a los habitantes de la ciudad de los triángulos. Para los círculos, los triángulos eran esbeltos y bellos, con un gran pico en su parte superior que les daba una altura que a los círculos les asombraba. Los círculos estaban cansados de ser iguales por todas sus partes... sin embargo, ... !que bellos eran los triángulos!, que tenían dos lados iguales y largos y otro cortito, cortito, en el que se apoyaban. Sin duda, para los círculos... ¡los triángulos tenían un cuerpazo digno de envidiar!.
Pero ... ¿qué pasaba con los triángulos? Ellos vivían en altas pirámides desde donde podían observar todo el país. Veían a sus vecinos los círculos rodando por las calles de su ciudad, y a los cuadrados en su ciudad llena de cajas y cajas. Los triángulos estaban contentos con las casas que tenían, con su ciudad, con su alto pico que tenían en la cabeza... pero hasta ellos envidiaban algo... envidiaban los cuatro lados que tenían los cuadrados y que ellos no tenían. Los triángulos tenían sólo tres lados y, además, ni siquiera eran iguales, dos de ellos largos, pero uno era muy pequeñito y deforme. Sin embargo, ¡los cuadrados eran tan perfectos! Sus vecinos tenían cuatro lados exactamente iguales, ninguno más largo que otro, y todos igual de bellos.
!El país de las formas geométricas era un caos! Los cuadrados querían ser como los círculos, los círculos como los triángulos y los triángulos envidiaban a los cuadrados.
Un buen día, el dios de todas las formas geométricas, el que las había creado y diseñado, el dios Lápiz, decidió que era hora de unir las tres ciudades y que los cuadrados, círculos y triángulos vivieran juntos y en unión.
Los primeros meses fueron complicados. Los triángulos pinchaban los globos de los círculos, los cuadrados se quejaban de que los círculos iban muy rápido por las calles, y muchísimos problemas más. Pero pasó el tiempo... y se acostumbraron a vivir juntos. Al cabo de los años se formaron parejas de cuadrados y círculos, de triángulos y cuadrados, de círculos y triángulos... y de dicha unión nacieron las más bellas formas geométricas jamás pensadas. Nacieron rectángulos, rombos, hexágonos, ... y todas las formas geométricas que te puedas imaginar. Eran todos tan distintos que ninguno de ellos volvió a pensar en las diferencias que tenía con los otros.